Mi búsqueda espiritual


Mi búsqueda espiritual ha sido central en mi vida. Mi carrera profesional ha sido predominantemente en el ámbito corporativo, en particular el financiero, y lo que siempre me ha apasionado es poder conectar la conciencia y la espiritualidad con ese mundo de negocios, a través de sus líderes. En este camino he podido descubrir cómo impactar, cómo puedo llegar a influir en las organizaciones a través de impulsar y fortalecer el Liderazgo Auténtico que se necesita para asegurar el crecimiento sostenible de cualquier empresa en nuestro tiempo.


Esto es significativo porque el liderazgo al que me refiero es un reflejo del SER; es una consecuencia de nuestro acercamiento y manifestación de la mejor versión de quien realmente somos como seres humanos: cuerpo, mente y espíritu, materia y esencia. En este sentido, los líderes auténticos logran sus objetivos de negocio como consecuencia de buscar e impulsar el autodescubrimiento y el despertar de conciencia en sí mismos y sus colaboradores. La lealtad, por ejemplo, tanto de clientes como de colaboradores, es el resultado natural de la capacidad de manifestar un verdadero sentido de aprecio por ellos como personas, antes que como clientes o colaboradores. Este sentido de aprecio, dicho con todas sus letras, es AMOR. Es por ello que Liderazgo Auténtico es sinónimo de liderazgo basado en el Amor.


Sí, siempre he buscado a Dios. Tengo imágenes muy claras: yo sentado en una banca en el jardín de mi casa a los cinco o seis años, preguntándome qué quería Dios de mí aquí en la Tierra, y de pronto sentir una especie de cobijo, tal vez una respuesta que decía: acercar el Cielo a la Tierra


Esta búsqueda ha tenido tres etapas a lo largo de mi vida: la religiosa, la de espiritualidad y el actual proceso de aprendizaje sobre mi propia humanidad. 

Criado en una familia muy católica, a los 7 años ya era yo acólito en la iglesia a la que íbamos a misa todos los domingos, “El Altillo” de los Misioneros del Espíritu Santo, donde se formó un grupo que fue parte importante de mi niñez y juventud. El sacerdote que creó el grupo de acólitos y familias, el padre Rafa, con mucha visión, ideó el “club Altillo” para cuando cumplíamos 15 o 16 años de edad. Además de la formación religiosa que seguíamos recibiendo, nos preparó como facilitadores de eventos (retiros) donde dábamos charlas y organizábamos dinámicas de grupo para chavos de edades similares a las nuestras, tratando temas relevantes para nosotros en ese momento como la libertad, la autenticidad, los valores y el propósito de vida. Siempre me apasionaron estos temas y la posibilidad de impactar positivamente mi entorno. Mi inclinación religiosa siguió fortaleciéndose al grado de que cuando salí de la preparatoria terminé mi noviazgo de cuatro años con Ana, para entrar al seminario.


Recuerdo que vivía en una constante lucha interior, entre la gran atracción que sentía hacia la vida religiosa, que más tarde descubrí que era hacia la espiritualidad, y mi pasión por casarme y formar una familia. La primera oración del día en la capilla era a las 4:15 am y mi súplica diaria a Dios era que se permitiera a los sacerdotes casarse. Finalmente, dejé el seminario, regresé con Ana y entré a la universidad, el ITAM, donde estudié Economía, aunque dedicaba más tiempo en los primeros semestres a leer la Biblia y “evangelizar” a mis compañeros, que a estudiar. Imagínate, un “economista” con la Biblia en la mano, predicando sobre el Nuevo Testamento en el ITAM. 


Me casé antes de terminar, lo que fue un enorme reto. Además de no ser bueno para las matemáticas que en mi carrera eran muy duras, trabajaba tiempo completo en el área de Recursos Humanos en Teléfonos de México y empezaba a formar ya una familia. Al poco tiempo de graduarme, un head-hunter me contactó, en otra de las muchas situaciones inesperadas que he tenido en la vida. Él estaba buscando a mi primo que se llama y apellida igual que yo (excepto los segundos nombres), pues nuestros papás eran hermanos y las mamás hermanas. Cuando se dio cuenta del error, empezamos a conversar sobre mis intereses profesionales y entonces recordó que unas semanas antes le habían mencionado que General Electric (GE) buscaba chavos con mi perfil para su programa corporativo de desarrollo en Recursos Humanos; un gran programa que duró dos años y me permitió vivir en los Estados Unidos por primera vez, además de viajar en América Latina y Asia.


Terminando el programa regresé a México, donde el jefe a quien reportaba era un ferviente católico, miembro del Opus Dei, lo que extremó aún más mi práctica religiosa, a un grado casi de fanatismo. Volví nuevamente a los Estados Unidos y después de un tiempo, mi matrimonio de casi 13 años no iba bien, en buena parte por mi dogmatismo religioso, seguramente. Teníamos dos hijos, Diego y Pablo, a quienes obligaba a ir a misa los domingos, calladitos y bien vestidos. Yo iba a misa, me confesaba y comulgaba todos los días. En mi mente, el único camino para llegar a Dios era la religión y la única alternativa fuera de esta era el ateísmo. Fue entonces que conocí a quien me enseñó un camino nuevo, el de la espiritualidad, y allí cambió mi vida. 


Encuentro con mi maestro


José Luis Villanueva, un joven maestro mexicano que experimentó un despertar espiritual a los 24 años. Mi encuentro con él fue a través de Ana, mientras aún estaba casado con ella. Durante nuestra estadía en los Estados Unidos, Ana regresó a México para visitar a su padre enfermo, y fue allí donde conoció a José Luis.


Nos incorporamos a un grupo que se reunía virtualmente y que pronto atrajo a más de 300 personas en México. A medida que José Luis viajaba, primero a California y luego a Baltimore, donde yo residía, se formaron grupos también en esos lugares. Me asignaron dirigir el grupo de Baltimore, donde organizábamos reuniones para meditar o escuchar las inspiradoras charlas de José Luis, que se llevaban a cabo unas dos veces por semana.


Además, formando parte del círculo íntimo de José Luis, compuesto por unas 20 a 25 personas, emprendimos numerosos viajes durante casi tres años. Estos viajes nos llevaron a explorar los Estados Unidos y varios países de Sudamérica, Europa y Asia. Entre los viajes más significativos para mí se encuentran aquellos a Jerusalén y Egipto, así como nuestro último y más prolongado viaje a la India, que abarcó dos meses completos.

Permanecí junto a él hasta su prematura muerte a los 32 años, dejando un legado impactante y un recuerdo imborrable en quienes tuvimos el privilegio de compartir su camino.


Una de las experiencias más memorables de aquel viaje fue mi encuentro con la Madre Teresa de Calcuta. Desde el principio, algo mágico envolvía la situación. A pesar de la insistencia del conserje del hotel en que no podríamos visitarla, José Luis persistió en obtener su dirección. Para nuestra sorpresa, fue la propia Madre Teresa quien abrió la puerta y nos recibió tras tocar una sola vez. Quedé impactado por su imponente presencia, a pesar de su pequeña estatura y aparente fragilidad física.


Aunque en aquel entonces mi mente racional intentó desacreditar la experiencia como mera imaginación, pronto me vi sumergido en un momento de profunda conexión. Después de presentarnos y tratar de establecer una conversación en inglés, nos encontramos sentados en círculo, los doce visitantes, tomados de la mano. Tuve el privilegio de sostener la mano de la Madre Teresa mientras nos sumergíamos en un silencio absoluto, absorbidos por la paz que emanaba de ella. Durante más de 40 minutos, no fueron necesarias palabras ni pensamientos para capturar la grandeza de ese instante.


Nuestro viaje también nos llevó a encontrarnos con figuras destacadas como Sai Baba en el sur de la India, así como a presenciar maravillas incomparables como el Taj Mahal y a participar en eventos únicos como los rituales funerarios y de peregrinaje en Benarés, la capital espiritual de la India. En definitiva, exploramos lugares y conocimos personas excepcionales que dejaron una huella indeleble en nuestras vidas.


Comentando sobre muchas de estas experiencias, José Luis solía decir: 


“¿Por qué buscar afuera, si eres imagen y semejanza de Dios? Mejor busca dentro de ti mismo, allí es donde se encuentra. Dios no está en el cielo ni en los templos; está aquí, en ti. Eres su manifestación, mejor trabaja en lo que te impide ver y manifestar tu naturaleza divina.” 


No fue fácil para mí comprender lo que decía, debido a la enorme carga de conceptos religiosos y programaciones mentales que había acumulado a lo largo de mi vida. Lo que era incuestionable y arrollador era su vibración: sin decir una palabra, de pronto nos envolvía en una sensación de paz y amor inigualable, acompañada de una claridad absoluta, donde no había ya lugar a dudas ni a miedo alguno.


Recuerdo un día que caminábamos por el campo entre poblados pequeños en el norte de la India y a lo lejos vimos una mezquita. José Luis dijo: “Vamos a conocerla”. Conforme nos acercábamos, platicando y bromeando como cualquier grupo de amigos, vi a una mujer muy anciana a la entrada del templo, apoyada en un palo largo que le servía de bastón. Ella nos miraba fijamente y pensé que se acercaría a pedir alguna limosna, pero cuando estábamos ya a pocos metros de ella, me di cuenta de que su mirada estaba clavada en José Luis. Sus enormes ojos lloraban, cuando de pronto aventó su bastón y se arrojó ante José Luis. Abrazándose de sus pies, con la cara en el polvo y la tierra, llorando y gimiendo, decía lo siguiente - que nuestro guía traducía simultáneamente: “Maestro, he venido durante 30 años a las puertas de este templo a esperarte, ahora ya puedo morir en paz”. 

Así era la vibración que él generaba. 


No teníamos una estructura formal en el grupo; cuando creció, nos preguntaban por el nombre del grupo y José Luis decía: ¿Por qué necesitamos un nombre? ¿Para qué más etiquetas? ¿Cuántas iglesias existen ya? ¿Para qué crear otra? Ustedes son el templo, son las imágenes de la presencia de Dios en la Tierra. Busquen dentro de ustedes mismos, ahí está todo; es así de simple.


Tuve el privilegio, y el dolor también, de acompañarlo hasta el día de su muerte en 1992. Habíamos regresado a vivir en México unos meses antes para estar cerca de él. Mientras él agonizaba, me invadió un profundo vértigo y me preguntaba cuál sería el sentido y propósito de mi vida cuando él se fuera. De pronto, aquella respuesta en forma de cobijo que recibí de niño en la banca de mi jardín, tomó vida: … acercar el Cielo a la Tierra.  


Mi papel en el mundo corporativo


Conforme ascendía a posiciones más altas en las organizaciones, lo que realmente me apasionaba y me inquietaba era descubrir cómo podría impactar en el ámbito corporativo. Me di cuenta de que la clave estaba en trabajar con los líderes. Así que empecé a desarrollar programas y conferencias, dedicando la mayor parte de mi tiempo a hablar con líderes. Como imaginarás, no les hablaba solamente sobre habilidades de comunicación o de pensamiento estratégico, sino de la necesidad y la forma de introducir el Amor como factor necesario para el crecimiento sostenible del negocio. Por cierto, este fue el tema central de la tesis con la que obtuve mi licenciatura en el ITAM.


Una directora del entonces Banamex me dijo, terminando una de mis conferencias, que le sorprendía mi valentía para hablar de amor ahí, en el ámbito más alto del mundo financiero. Algunos pensaban lo mismo, aunque no lo expresaban, y seguramente para muchos otros no tenía sentido lo que les decía. Sin embargo, continué refinando mis conferencias y dinámicas a lo largo del tiempo. Tuve que encontrar la manera de aterrizar conceptos abstractos sobre el amor y relacionarlos con el mundo de los negocios, apoyándome en teorías y conceptos de economistas famosos, como el propio padre de la economía Adam Smith, que afirma contundentemente en su famosa obra La Riqueza de las Naciones que “… El interés propio, nacido del miedo, no podrá sustituir a la benevolencia (el amor) como elemento necesario para alcanzar la opulencia universal”, donde define la opulencia universal como resultado del óptimo crecimiento de la persona, la sociedad y la economía en su conjunto.  


Esta conferencia se convirtió en una parte fundamental de mi actividad profesional con líderes en México y América Latina. También fui invitado en varias ocasiones por la oficina central de Citibank en Nueva York, para dar allá mi conferencia, en la junta anual de CCOs - Directores Generales de Operaciones de Citi en diversos países del mundo. 


Titulé esa conferencia ‘Liderazgo Auténtico’ o ‘Liderazgo Transformacional’. La idea esencial es que todos nacemos con el potencial de ser líderes en el mundo. No se trata de cuántas personas diriges o qué tan grande es tu oficina, sino de cuántas personas puedes impactar para su crecimiento y felicidad, así sea una sola y que puede ser colaborador, cliente o proveedor. En ese sentido, todos estamos llamados a ser líderes auténticos en el mundo.


El Liderazgo auténtico se fundamenta en la manifestación de nuestra verdadera esencia. No se trata sólo de lo que sabemos, hacemos o tenemos, sino de quiénes somos realmente y para qué estamos aquí. Creo que mi papel en el mundo es ser un acompañante y facilitador para que las personas alcancen su plenitud mediante el acercamiento a la mejor versión de sí mismas y, como consecuencia, al liderazgo auténtico. Lo anterior implica necesariamente un proceso de transformación personal, no sólo de aprendizaje; esto es, un proceso de introspección profunda y honestidad que nos lleve a reconocer nuestra propia esencia y los obstáculos que nos impiden descubrirla y manifestarla. Suena más fácil de lo que realmente es. Se trata de un proceso profundo y continuo a lo largo de toda la vida. Creo incluso que ese es el propósito central de SER HUMANO: Tomar conciencia y experimentar poco a poco, día a día, el descubrimiento de la infinita grandeza de nuestra Esencia, que paradójicamente requiere ser contenida en un cuerpo delimitado en el tiempo y el espacio para hacer todo ello posible. De ahí la enorme dificultad que enfrentamos cuando tratamos de comprender o explicar, con una mente humana finita, aquello que es infinito.


Una metáfora que utilizo al hablar de esto es imaginar que estamos debajo de las cataratas del Niágara, sosteniendo un vaso en la mano y tratando de meter las cataratas en él. Es una empresa absurda. Así de absurdo es tratar de capturar con nuestra mente limitada la totalidad de nuestra esencia infinita. En lugar de intentar entenderlo racionalmente, es mejor soltar el “vaso” (la razón) y experimentar la “catarata” (nuestra esencia).


Describir la esencia del Ser es un desafío, pues se refiere a nuestro origen, al creador o Dios, como sea que le llames. Es por eso que se le llama ‘el innombrable’ o ‘el indefinible’. Es la Esencia que tomó forma humana para saberse. No puedo ponerle un nombre, pero sé que soy parte de ello, su reflejo y manifestación. La mente no alcanza a comprenderlo, por lo que habremos de trascender la razón y el ego si verdaderamente queremos conectar con nuestra esencia.


Hoy, ya por cumplir 70 años de edad, sigo en la misma búsqueda cada día, pero la entiendo ahora como el gran juego de la vida: el privilegio de descubrir y experimentar a través de un cuerpo, en alegrías y en tristezas, en salud y enfermedad, en éxitos y en fracasos, mi propia esencia y capacidad de crear.


Después de mi divorcio y de jurar que nunca me volvería a casar, hoy llevo 28 años muy felizmente casado con Ivonne (a quien conocí por otras situaciones inesperadas que tomaría mucho tiempo relatar), con quien tengo una hija de 23 años, Andrea, y compartimos otros 4 hijos - Diego, Pablo, Jorge y Mauricio, más nuestra nieta Sabina, sin igual. Ah, y también cinco perros. Me apasiona la bici de montaña, practicar yoga y pilates a 43 grados de temperatura y recientemente baños en hielo que ayudan a desarrollar técnicas de respiración muy poderosas para la salud integral: física, mental y emocional. 


Y de mi trabajo, lo que me apasiona más que nunca, es la posibilidad, cada día más clara, de impactar positiva y masivamente mi entorno, acompañando y acompañándome de otros para acercar el Cielo a la Tierra en el mundo corporativo.