La empatía es la clave para conectar verdaderamente con los colaboradores y clientes. No se trata solo de entender las palabras que se dicen, sino de percibir los sentimientos y pensamientos no expresados. Esta habilidad para sintonizar con las emociones y perspectivas de los demás es lo que distingue a un líder auténtico. La empatía permite al líder, además de dirigir a su equipo, guiarlo, inspirarlo y comprenderlo profundamente. Es la habilidad para entender la emocionalidad de los demás y para tratar al otro de acuerdo a sus necesidades y reacciones emocionales.
La empatía es actualmente reconocida, de acuerdo a investigaciones recientes, como uno de los cinco componentes críticos de la Inteligencia Emocional, capacidad principal e indispensable del liderazgo, como lo afirma el famoso autor Daniel Goleman: “La Inteligencia Emocional es el sine qua non del Liderazgo.”
Pero no confundamos la empatía con una simple habilidad que se desarrolla con cierta práctica, como quien practica oratoria para su presentación o implementa una estrategia para tomar decisiones de negocio. Más que una habilidad, la empatía es una virtud propia de la esencia del ser humano que podemos ver en cualquier niño cuando llora porque ve llorar a su hermano o abraza a un desconocido como si fuese familia propia.
Empatía es la capacidad natural de sentir lo que el otro siente, pero que vamos perdiendo por falta de conexión y afecto, como perdemos también la confianza o la humildad por experiencias tempranas de abandono, de humillación o simplemente por el proceso de condicionamiento social al que todos estamos expuestos. Y no es que las perdamos, pues las virtudes son parte de nuestra esencia, como mencioné; simplemente las cubrimos inconscientemente como consecuencia de ese condicionamiento o experiencias tempranas de nuestra vida.
La virtud de la empatía, como otras virtudes, hay que descubrirla o destaparla a través del trabajo interno, de la introspección y la auto-observación, entre otras prácticas. Este particular proceso de descubrimiento de nuestra esencia y virtudes, me recuerda la anécdota de Miguel Ángel cuando alguien le preguntó que cómo hacía para alcanzar la perfección lograda en el David, a lo que respondió que él no había hecho la escultura: “El David ya estaba adentro del bloque de mármol, yo solo le quité lo que lo cubría”.