Durante los primeros tres años de nuestra existencia terrenal adquirimos aquellas facultades que nos hacen humanos. En el transcurso del primer año aprendemos a caminar, durante el segundo aprendemos el habla y durante el tercero experimentamos el despertar del pensamiento. Nacemos como bebés indefensos y solo al adquirir estas tres capacidades de caminar, hablar y pensar es que crecemos para convertirnos en individuos que se pueden autonombrar, ganar libre movilidad, y con la ayuda del habla, entrar en comunicación consciente con otras personas en el mundo que nos rodea. Una especie de milagro tripartito ocurre, porque aquí se revela más que instinto, más que adaptación, más que el despliegue de facultades heredadas.
La adquisición de las tres principales facultades humanas es un acto de gracia que es otorgado a todo ser humano. También es un proceso de extraordinaria complejidad. Solo un estudio más cercano de estos fenómenos revela cuán múltiples y variadas son las maneras en que el ser humano completo se integra a su proceso de desarrollo.
—-- Karl König, Los primeros tres años del niño
La psicología ha descubierto que las impresiones negativas penetran profundamente en el inconsciente y, por tanto, son mucho más difíciles de procesar en la edad adulta. Además de protegerlo de estas influencias, el movimiento será un ingrediente que les ayude a procesar sus experiencias. De ahí surge una gran importancia de observar y diseñar todo lo que rodea al niño pequeño de tal manera que pueda activar su propio movimiento. Si contamos con movimiento libre, esos ejercicios físicos pueden transformarse más tarde en estabilidad mental y conducir así a una sana confianza en uno mismo, de la que surgirá el poder de iniciativa individual. Al prodigar una variedad de opciones de movimiento en la primera infancia estaremos creando la base para experiencias que más tarde serán necesarias para poder abstraer y formar los propios pensamientos e ideas.
Ya en estos primeros tres años los niños necesitan vencer obstáculos en su camino de aprendizaje, especialmente para aprender a andar. El niño también pasa por momentos difíciles. Pero sentir el dolor también significa sentirse uno mismo y superarse una y otra vez, lo cual conduce a valiosas experiencias personales. En el resto de su vida, estas experiencias pueden formar la base para actuar con confianza en sí mismo. Asimismo, también acompañan al desarrollo muchos sentimientos de alegría y entusiasmo. Podemos ver lo maravilloso que puede ser haber adquirido una nueva habilidad gracias a nuestro propio esfuerzo: desde la mirada radiante del niño cuando da sus primeros pasos en libertad, hasta el entusiasmo por descubrir y aprender cada vez más sobre el mundo.
No queremos estropear el interés del niño por todo lo nuevo y su alegría del movimiento. Nos gustaría abordarlos de tal manera que estas habilidades cuenten con un entorno que las fomente.
El niño cuenta desde el inicio con todos los requisitos previos para aprender a caminar, hablar y pensar. Si encuentra el entorno adecuado, podrá desarrollar estas habilidades y las verá potenciadas en su vida futura. Por ejemplo, el trabajo de desarrollar y practicar el equilibrio físico al aprender a ponerse de pie y caminar, sirve para que más adelante se pueda formar la base para el equilibrio mental y, sobre esta base, las tensiones en la vida posterior puedan soportarse y equilibrarse de forma independiente.