Un tiempo después de mi tratamiento del cáncer tuve que ser sometida a una operación que hoy en día me impide ser madre, pues me extirparon el endometrio. La noticia de que tendría que someterme a una cirugía que cerraría para siempre la puerta a la maternidad biológica me golpeó con una fuerza devastadora que además alteró la visión que tenía de mi futuro.

Por entonces, mi sobrina Noelia que tenía ocho años, fue la persona en quien volqué toda mi ilusión, jugando con ella. Era la única que me hacía olvidar que estaba enferma. Se quedaba a dormir conmigo y me hacía muchísima compañía. Además, la quiero como a la hija que siempre quise tener.

Sin embargo, en medio de la angustia y el dolor, algo dentro de mí comenzó a despertar.

Fue después de mi operación cuando decidí abandonar la televisión y me quedé sin pareja, en la soledad de un piso en Valencia, con mi perrita y como mucho con una terapia al día, para poder continuar. Decidí concertar una cita con una reconocida numeróloga, Dharma Kaur, que me abrió los ojos para impulsarme en mi nueva etapa.

Me reveló que era un alma vieja, que había venido a este mundo con una misión específica: transformar y sanar. Sus palabras resonaron en lo más profundo de mi ser, ofreciéndome una perspectiva completamente nueva sobre mi propósito en la vida.

La operación, aunque dolorosa emocional y físicamente, se convirtió en un rito de paso. En lugar de verla como el fin de un sueño, empecé a entenderla como el comienzo de mi verdadera misión. Curiosamente, mientras me recuperaba de la anestesia, tuve una visión que se quedaría conmigo para siempre: pequeñas almas, niños que nunca nacerían de mí, rodeándome con amor y apoyo. En ese momento, comprendí que aunque no sería madre en el sentido tradicional, mi propósito era nutrir y guiar a otros en su camino hacia la sanación y el autoconocimiento. Y curiosamente, sucedió que m eses después visitó España una médium, Marilyn Rossner, y tuve la oportunidad de conocerla. En cuanto me vio, me dijo que me acompañaban almas de niños no nacidos en mi sistema familiar, confirmando de alguna manera la visión que tuve antes.

Esta experiencia me enseñó a ver la vida desde una perspectiva más amplia y espiritual. Aprendí que a veces las pérdidas más dolorosas nos abren puertas a oportunidades increíbles que nunca habríamos considerado. En mi caso, la imposibilidad de tener hijos biológicos me liberó para dedicarme plenamente a mi trabajo como sanadora y guía espiritual, permitiéndome tocar las vidas de muchas más personas de lo que jamás hubiera imaginado.

Mi viaje desde la tristeza profunda hasta el propósito renovado me mostró que, incluso en nuestros momentos más oscuros, siempre hay una luz esperando ser descubierta. A través del dolor, encontré mi verdadera vocación y la capacidad de ayudar a otros a hacer lo mismo. La operación no fue el final de mi capacidad para "dar vida" sino el comienzo de una forma diferente de crear y nutrir la vida en los demás.

Esta historia es un testimonio del poder de la resiliencia, la transformación y el amor incondicional. Enseña que, a veces, debemos soltar las visiones limitadas de nuestro futuro para abrazar un destino mucho más grande y significativo. En mi pérdida, encontré mi legado: una oportunidad de ayudar a sanar el mundo, un alma a la vez.