“La motivación se refiere a los mecanismos que nos hacen desear y decidir hacer ciertas cosas.” — L. Jiménez
Este capítulo profundiza en la esencia misma de la motivación: el deseo. Jiménez propone una definición clara y transformadora: la motivación no es disciplina, no es fuerza de voluntad, no es sacrificio. Es el deseo que impulsa una acción. Esta visión desplaza el foco de la lucha moral hacia un funcionamiento más profundo y automático del cerebro. Para comprender por qué algunas cosas nos atraen con facilidad y otras nos generan resistencia, el autor nos invita a observar los mecanismos biológicos que subyacen al querer.
La motivación comienza con una chispa interna: un impulso que surge a partir de señales biológicas (como hormonas, estados corporales, variaciones de energía) y señales externas (imágenes, palabras, olores, contextos, recuerdos). Cuando estas señales convergen, se produce una liberación de dopamina, el neurotransmisor que inicia el deseo. La dopamina no genera placer; genera impulso, orientación, anticipación. Nos hace movernos hacia algo.
Jiménez presenta aquí una diferencia crucial: desear no es lo mismo que gustar. El wanting es el impulso que nos empuja a actuar; el liking es el placer que sentimos después. Podemos desear intensamente cosas que no necesariamente disfrutamos (como revisar el teléfono compulsivamente), y podemos disfrutar cosas que no siempre deseamos (como hacer ejercicio o estudiar). Esta diferencia explica por qué el comportamiento humano no se rige por lo que “nos hace bien”, sino por lo que nuestro cerebro anticipa que quiere.
El deseo nunca existe en soledad: compite con otros deseos simultáneos. Cuando posponemos una actividad, no es porque “no podamos”, sino porque, en ese instante, otro deseo resulta más intenso o más accesible. El autor lo expresa con precisión: no actuamos según lo que creemos conveniente, sino según lo que realmente deseamos en ese momento. Esta comprensión libera al lector de la narrativa moralista del deber y revela la verdadera naturaleza de la acción humana.
Por eso no hacemos lo que “deberíamos”. Sabemos que estudiar, hacer ejercicio, comer mejor o dormir temprano nos beneficia, pero el circuito del deseo no responde al deber; responde a la anticipación emocional. Si el deseo de descansar, distraernos o buscar placer inmediato es más fuerte, nuestra acción se orientará hacia ese destino. Y no porque fallemos, sino porque el mecanismo motivacional así opera.
Comprender que la motivación se basa en el deseo y no en el deber; reconocer la diferencia entre querer y gustar.
Qué hacer (microacciones):
Herramienta / hook: Lista de disparadores: anotar qué sensaciones, contextos o estímulos despiertan cada deseo.
Resultado esperado: Aumentar el deseo por actividades importantes sin recurrir a la fuerza de voluntad.
Beneficio: Avance natural, menos resistencia interna, mayor claridad sobre por qué actuamos como actuamos.
En este capítulo, Jiménez nos ofrece una llave maestra: dejar de trabajar contra nuestros impulsos y empezar a trabajar con ellos. El deseo es el motor, no el enemigo. Cuando entendemos cómo surge, cómo compite y cómo puede redirigirse, dejamos de exigirnos desde la culpa y comenzamos a diseñar nuestra vida desde la comprensión. La motivación, entonces, deja de ser un misterio y se convierte en un proceso vivo que podemos cultivar con inteligencia y suavidad.