“Sentimos deseo de hacer algo porque nuestro cerebro anticipa un resultado satisfactorio.” — L. Jiménez
En este capítulo, Jiménez traslada el corazón de la ciencia motivacional a dos territorios decisivos en la vida moderna: el estudio y el trabajo. Ambos han sido tradicionalmente interpretados desde el esfuerzo, la disciplina y la obligación, hasta el punto de que muchos entienden la productividad como un indicador de carácter. El autor, sin embargo, demuestra que aprender y rendir no dependen del sacrificio, sino del deseo. La motivación, incluso en entornos profesionales y educativos, responde a las mismas leyes biológicas que rigen cualquier otro comportamiento.
El primer punto clave es que todo aprendizaje significativo nace del deseo. No aprendemos bien lo que no nos interesa; nuestra mente puede memorizar por obligación, pero no integrar, comprender o transformar sin un impulso emocional que lo sostenga. Jiménez explica que el cerebro necesita anticipar algún tipo de recompensa —curiosidad, progreso, utilidad, reconocimiento, identidad— para activar el ciclo motivacional. Sin esa anticipación, la acción se vuelve mecánica y frágil.
En el ámbito laboral ocurre lo mismo. La productividad no es sinónimo de fuerza de voluntad, sino el producto de un sistema motivacional alineado. Cuando el trabajo despierta interés, reto, autonomía o sentido, el ciclo motivacional se activa con fluidez. Pero cuando el trabajo se percibe como obligación, amenaza, monotonía o presión, el circuito se debilita: el deseo disminuye, la acción se vuelve pesada y la recompensa es insuficiente para reforzar el hábito.
El entorno puede fortalecer o destruir la motivación. Espacios ruidosos, jefes controladores, evaluaciones punitivas, tareas poco significativas o incertidumbre emocional generan señales negativas que inhiben el deseo. Por el contrario, ambientes cálidos, claridad de propósito, autonomía, feedback respetuoso y oportunidades de progreso refuerzan el circuito.
Jiménez señala que uno de los grandes errores en educación y trabajo es exigir esfuerzo sin comprender el deseo. Pedimos a estudiantes y empleados que se concentren, se involucren o se superen sin atender a los factores que despiertan la motivación: emociones, entorno, propósito, identidad y recompensa. Pedir rendimiento sin activar el deseo es como pedir a un motor que funcione sin combustible.
Otro elemento esencial es la recompensa. No se trata solo de premios tangibles, sino de reconocimiento emocional: ver el impacto del esfuerzo, recibir apreciación genuina, sentir progreso. La recompensa da sentido, y el sentido sostiene el ciclo. Cuando el acto laboral o académico se conecta con un propósito mayor —crecer, contribuir, crear, ayudar, mejorar—, la motivación se vuelve orgánica y constante.
Comprender el estudio y el trabajo como escenarios de deseo y recompensa, no de obligación.
Qué hacer (microacciones):
Herramienta / hook: Mapa de motivación laboral: identificar qué elementos del trabajo o estudio despiertan deseo y cuáles lo inhiben.
Resultado esperado: Incrementar la implicación, el disfrute y la constancia en tareas laborales y académicas.
Beneficio: Productividad sostenible, aprendizaje profundo y una relación más sana con el desempeño.
Este capítulo revela que trabajar y aprender motivados no es cuestión de fortaleza personal, sino de comprender cómo se enciende y se sostiene el deseo. Cuando dejamos de exigirnos desde la obligación y empezamos a diseñar entornos, emociones y recompensas que alimenten el ciclo motivacional, transformamos la manera en que estudiamos y trabajamos. La productividad deja de ser un peso y se convierte en una expresión natural de un sistema interno alineado y vivo.