En la síntesis final de El poder y la ciencia de la motivación, Jiménez nos entrega un mensaje que trasciende lo intelectual: comprender la motivación es comprendernos a nosotros mismos sin el peso del juicio. Tras recorrer los mecanismos del deseo, el funcionamiento del ciclo motivacional y la influencia del entorno, el autor nos invita a mirar nuestra conducta desde un prisma más justo, más humano y, sobre todo, más verdadero.
La obra propone una transformación interior que comienza en un acto de honestidad: dejar de interpretar nuestros comportamientos como fracasos morales y empezar a verlos como expresiones de un sistema biológico que podemos aprender a orientar. Esta transformación no implica ignorar la responsabilidad personal, sino comprender que la responsabilidad se ejerce mejor desde la claridad que desde la culpa.
El paso más liberador del libro es precisamente ese: pasar de la culpa a la comprensión. La culpa nos paraliza, nos endurece, nos empuja a repetir ciclos que no entendemos. La comprensión, en cambio, abre un espacio de posibilidad. Cuando entendemos por qué deseamos lo que deseamos —y por qué no deseamos lo que creemos que deberíamos— dejamos de castigarnos y empezamos a trabajar con nosotros mismos, no contra nosotros.
Jiménez nos muestra que la vida puede vivirse desde el deseo y no desde el deber. No se trata de impulsividad ni de hedonismo, sino de reconocer que el deseo es el motor natural de la acción y que podemos entrenarlo para alinearlo con nuestros valores, metas y aspiraciones. Vivir desde el deseo es vivir en coherencia con nuestra biología emocional.
El libro concluye proponiendo una motivación más humana, científica y compasiva. Humana porque reconoce nuestras limitaciones y complejidades. Científica porque se basa en evidencias reales y no en moralismos heredados. Compasiva porque nos invita a tratarnos con la misma comprensión con la que miramos a quienes amamos.
En última instancia, la obra es una invitación a vivir con menos lucha interna y más inteligencia emocional; a diseñar contextos que faciliten el crecimiento; a entender que el cambio no nace del castigo, sino del deseo bien guiado. Y a permitir que la ciencia ilumine el camino hacia una vida más consciente, más amable y más libre.