Capítulo 1 — El cerebro, el estrés y el cortisol



“El estrés sostenido condiciona nuestra forma de pensar, amar y decidir.” — Marian Rojas Estapé


Introducción conceptual: el cerebro en modo amenaza


El libro explica que una gran parte del sufrimiento contemporáneo proviene de vivir de manera casi permanente en modo amenaza. Cuando el cerebro detecta peligro —real o imaginado— activa mecanismos primarios de supervivencia que alteran la percepción, el estado emocional y la fisiología del cuerpo. Esta activación está mediada principalmente por la amígdala, la estructura cerebral encargada de detectar riesgos y generar respuestas rápidas como el miedo, la huida o la hipervigilancia. En condiciones sanas, este sistema se activa solo ante peligros reales. Pero en la vida moderna, preocupaciones constantes, exceso de tareas, incertidumbre económica, conflictos afectivos o heridas emocionales no resueltas hacen que el cerebro interprete como amenazas situaciones que no lo son. La autora explica que miles de personas viven en este estado alterado sin darse cuenta, funcionando desde la tensión, el cansancio, la dispersión y la vulnerabilidad emocional.

Cortisol, ansiedad anticipatoria, hiperactivación


Cuando la amígdala identifica un estímulo como amenazante, el cuerpo libera cortisol, la hormona del estrés. Aunque es útil a corto plazo —activa la energía, acelera el corazón, mejora la respuesta inmediata— se vuelve dañino cuando permanece elevado durante días, semanas o meses. Marian Rojas Estapé describe con claridad los efectos del cortisol alto:

  1. deterioro de la memoria y la concentración,
  2. problemas digestivos y del sueño,
  3. tensión muscular constante,
  4. inflamación interna,
  5. mayor susceptibilidad a enfermedades,
  6. irritabilidad, impulsividad y agotamiento mental.

Uno de los fenómenos más estudiados es la ansiedad anticipatoria: la mente imagina escenarios negativos antes de que ocurran, activando el sistema del estrés sin que exista un peligro real. El cuerpo se prepara para amenazas inexistentes, generando hiperactivación y una sensación permanente de vivir “al borde”.El libro subraya que no todo estrés es igual: el estrés agudo es adaptativo; el estrés crónico es destructivo. El segundo deteriora la salud física y emocional, altera la toma de decisiones y condiciona profundamente la forma en que interpretamos la vida.

Aplicación práctica


La regulación del sistema nervioso es la capacidad de volver a estados de calma y presencia después de una activación emocional intensa. Implica activar el sistema parasimpático, responsable de la relajación, la claridad mental y la recuperación fisiológica.

Qué hacer (microacciones)

  1. Identificar tus detonantes emocionales y notar cuándo tu cuerpo entra en tensión
  2. Practicar respiración diafragmática en ciclos lentos y profundos.
  3. Cortar el ciclo del pensamiento anticipatorio con acciones concretas y simples.
  4. Crear “pausas de seguridad” durante el día: 30 segundos para relajar hombros, mandíbula y respiración.
  5. Dormir adecuadamente; el sueño es el restaurador natural del sistema nervioso.
  6. Reducir el consumo de pantallas en momentos de estrés, pues sobreestimulan la amígdala.
  7. Buscar pequeños rituales de recuperación: ducha caliente, caminar, luz natural, silencio.

Herramienta / hookLa regla del 4-6-8: inhalar 4 segundos, sostener el aire 6, exhalar 8.Esta respiración activa el nervio vago y reduce de manera inmediata la respuesta de estrés.

Resultado esperadoDisminución de la hiperactivación, claridad mental, sensación de seguridad interna y mayor capacidad para tomar decisiones sin ser arrastrado por la ansiedad.

BeneficioUna mente que recupera la calma interpreta mejor la realidad, se vuelve más resiliente y comienza a tomar decisiones coherentes. Esto abre espacio para el bienestar y favorece un estado emocional estable.

Reflexión final


El estrés no desaparece por completo, pero sí puede aprenderse a regular. La autora insiste en que la serenidad no es un estado pasivo, sino una conquista sostenida a través de hábitos y conciencia. Recuperar la paz interior es la base de todo: solo cuando el cerebro sale del modo amenaza y entra en un estado de seguridad podemos pensar con claridad, amar sin miedo y dirigir nuestra vida con sentido. Es desde ese equilibrio donde, de manera silenciosa pero real, empiezan a pasar cosas buenas.