
Marian Rojas Estapé explica que la infancia es el laboratorio emocional donde se forma la arquitectura afectiva de cada ser humano. A través de las primeras relaciones —especialmente con las figuras de cuidado— aprendemos cómo funciona el amor, qué esperar de los demás y qué debemos hacer para sentirnos seguros. Este aprendizaje, profundamente emocional y no verbal, construye lo que la psicología llama modelos de apego.Existen a grandes rasgos tres tipos: apego seguro, apego ansioso y apego evitativo (con variantes desorganizadas). Cada uno determina cómo nos vinculamos: si confiamos, si tememos, si nos aferramos, si nos distanciamos o si elegimos relaciones que reflejan viejos patrones no resueltos. Estos modelos no son simples etiquetas: son sistemas automáticos que se activan en situaciones de intimidad, conflicto, pérdida o vulnerabilidad emocional. Según la autora, entender nuestro apego es entender nuestra forma de amar.
El libro profundiza en las grandes heridas emocionales que suelen originarse en la infancia y que condicionan, muchas veces de manera inconsciente, nuestras relaciones adultas.
Herida de abandono
Surge cuando el niño experimenta ausencia física o emocional. Esto puede manifestarse, en la adultez, como miedo a ser dejado, ansiedad extrema en las relaciones o tendencia a elegir vínculos desequilibrados. El adulto busca validación constante porque aprendió que el amor puede desaparecer.
Herida de rechazo
Aparece cuando el niño percibe que sus emociones, necesidades o personalidad no son aceptadas. En la adultez genera inseguridad, autosabotaje, dificultad para poner límites y sensibilidad excesiva a la crítica.
Herida de exigencia
Se origina cuando el valor personal se asocia al rendimiento: “valgo si obtengo buenos resultados”. El adulto desarrolla perfeccionismo, autoexigencia desbordada y dificultad para descansar. A menudo, siente que nunca es suficiente.
Herida de sobreprotección
Ocurre cuando los cuidadores envían el mensaje de que el mundo es peligroso y el niño no es capaz de enfrentarlo por sí mismo. En la adultez se traduce en miedo a tomar decisiones, dependencia emocional, baja tolerancia a la frustración y dificultad para enfrentar la incertidumbre.
Estas heridas no siempre provienen de maltrato; muchas veces surgen de dinámicas familiares bien intencionadas pero emocionalmente desajustadas. Lo importante es reconocer que estos patrones no desaparecen con los años: se repiten silenciosamente hasta que se hacen conscientes.
La reeducación emocional es el proceso mediante el cual un adulto aprende a observar sus patrones heredados, cuestionarlos y construir respuestas más sanas. No se trata de culpar al pasado, sino de actualizar las interpretaciones y creencias que quedaron congeladas en la infancia.
Qué hacer (microacciones)
Herramienta / hookLa técnica de la silla vacía emocional:
Imagina que hablas con tu “yo niño” y pregúntale qué necesitaba, qué le dolió y qué jamás escuchó. Luego, respóndele desde tu “yo adulto”. Esta integración interna inicia procesos profundos de sanación.
Resultado esperado
Mayor conciencia emocional, reducción de patrones automáticos, capacidad de elegir relaciones más sanas y disminución de la reactividad emocional.
Beneficio
Un adulto que entiende su historia deja de repetirla. Gana libertad para amar sin miedo, para elegir con claridad y para construir vínculos más seguros y estables.
Sanar no es borrar el pasado, sino aprender a mirarlo sin que gobierne el presente. Marian Rojas Estapé insiste en que la infancia marca, pero no determina. Cuando un adulto se vuelve consciente de sus heridas, puede transformar su forma de relacionarse, romper ciclos familiares y abrir espacio para un amor más sereno y maduro. La libertad emocional no llega de fuera: nace del trabajo interior que permite reconocerse, perdonarse y reconstruirse. Y es esa libertad la que nos acerca, de forma real, a una vida donde comienzan a pasarnos cosas buenas.