En este capítulo, Véliz adapta al mundo organizacional el modelo clásico de resiliencia propuesto originalmente para contextos infantiles y comunitarios. Su premisa es clara: si la resiliencia personal se construye sobre pilares humanos esenciales, la resiliencia organizacional también debe hacerlo. El autor identifica cinco fundamentos que permiten a las empresas sostenerse, reinventarse y prosperar en tiempos de incertidumbre: identidad, vínculos, límites, habilidades y afecto. Estos pilares —explica— suelen estar olvidados o debilitados en la vida laboral moderna, generando culturas donde las personas operan desde la funcionalidad, pero vacías de sentido, contención y reconocimiento. Recuperarlos implica restaurar la vitalidad humana al interior de las empresas.
El primer pilar señala que toda persona necesita una identidad sólida para actuar con claridad y sentido dentro de la organización. Cuando el trabajo desconecta a las personas de sus valores, talentos y aspiraciones, emerge la confusión, el agotamiento y la pérdida de propósito. Por el contrario, cuando la empresa reconoce y nutre la identidad de sus colaboradores, estos pueden integrar su proyecto de vida con su proyecto laboral, generando compromiso auténtico y desempeño significativo. La identidad es la base emocional del trabajo con sentido.
El segundo pilar resalta el rol de los vínculos en la resiliencia. Relacionarse de manera nutritiva —con respeto, escucha y colaboración— permite a las personas sentirse parte de un equipo que las sostiene. La calidad de las relaciones es un predictor directo de bienestar, creatividad y capacidad adaptativa. El libro enfatiza que la resiliencia no es una tarea individual: emerge de una red de vínculos que habilitan la confianza y la acción conjunta.
El tercer pilar reconoce que la resiliencia requiere estructura. Los límites claros y las normas coherentes brindan seguridad psicológica, orientan las expectativas y previenen tensiones innecesarias. Cuando la organización establece marcos éticos, prácticas de convivencia y reglas consistentes, las personas experimentan contención emocional: saben qué se espera de ellas, qué comportamientos son aceptables y cómo actuar en situaciones difíciles. La contención no es control; es cuidado.
Habilidades para resolver problemas y proyectar futuro
El cuarto pilar corresponde a la capacidad humana de enfrentar dificultades, aprender, innovar y pensar en escenarios futuros. En la vida laboral, esta habilidad se traduce en creatividad, flexibilidad cognitiva, pensamiento crítico y capacidad de tomar decisiones en contextos inciertos. Las organizaciones resilientes no se paralizan frente a la adversidad: la convierten en aprendizaje y oportunidad. Para ello, requieren fomentar una cultura donde cuestionar, explorar y mejorar sea parte natural del trabajo.
El quinto pilar —el más olvidado y, según Véliz, uno de los más poderosos— integra dimensiones afectivas que invitan a mirar la organización desde su lado más humano. El afecto genuino, el reconocimiento honesto y la capacidad de inspirar esperanza son combustibles emocionales que sostienen la moral colectiva. Las empresas que cuidan estos aspectos generan ambientes donde las personas no solo trabajan: florecen. La esperanza permite visualizar posibilidades incluso en tiempos adversos, y el reconocimiento devuelve a cada persona la certeza de que su aporte importa.
Un modelo de cinco fundamentos que fortalece la resiliencia colectiva al integrar identidad, vínculos, estructura, habilidades adaptativas y afecto en la experiencia laboral.
Qué hacer (microacciones)
Herramienta / hook
“Diagnóstico de los cinco pilares”
Resultado esperado
Una cultura laboral cohesionada y emocionalmente robusta, donde las personas se sienten vistas, contenidas y motivadas a contribuir incluso en momentos adversos.
Beneficio
Mayor compromiso, menor desgaste, equipos más creativos y un entorno organizacional capaz de reinventarse desde la humanidad.
Los cinco pilares del poder resiliente conforman el corazón emocional y estructural de una organización viva. Cuando identidad, vínculos, límites, habilidades y afecto se integran en la cultura, nace un ecosistema capaz de sostener a sus personas y de transformarse con dignidad ante cualquier desafío. Este capítulo nos recuerda que la resiliencia no es solo resistencia: es crecimiento, renovación y esperanza colectiva.