“El estrés es una información emitida por el cerebro para alertarnos de que vivimos una situación que nos supera.” — Géraldine de Radigues
Comprender el estrés es el primer paso para dejar de sufrirlo de forma automática. La autora propone abandonar la visión simplista que lo define únicamente como un problema emocional o una debilidad personal. El estrés no es un fallo del sistema: es una función natural, heredada y necesaria. Aparece cuando una situación desborda nuestra capacidad actual de respuesta y nos obliga a reaccionar con rapidez.
Este capítulo sienta una base clave para todo el libro: mientras no entendamos qué es realmente el estrés, seguiremos reaccionando contra él o intentando silenciarlo, perdiendo la oportunidad de utilizarlo como una herramienta de autoconocimiento y regulación.
Desde una perspectiva funcional, el estrés es una señal de alarma. No nace del evento en sí, sino de la percepción interna de que algo nos incomoda, nos amenaza o nos coloca en un terreno incierto. El estrés indica un desajuste entre lo que ocurre y los recursos —emocionales, mentales o simbólicos— que creemos tener para afrontarlo.
Esta definición desplaza la mirada del exterior al interior. Dos personas pueden vivir la misma situación laboral y experimentar niveles de estrés radicalmente distintos, porque lo que está en juego no es solo el hecho, sino su resonancia interna.
La autora insiste en una idea central: el estrés contiene un mensaje. Es una información que el cerebro envía cuando no encuentra, en su “biblioteca interna” de experiencias, una respuesta adecuada para la situación presente.
Cuando esto ocurre, el cerebro activa una tensión que empuja al individuo a reaccionar. Esa reacción no busca comodidad ni coherencia, sino supervivencia. El estrés, por tanto, no es el enemigo; es el mensajero que anuncia que algo necesita ser observado, comprendido o reajustado.
Ignorar este mensaje no lo elimina. Al contrario, lo amplifica y lo vuelve crónico.
No todo estrés es negativo. La autora distingue claramente entre dos formas:
El problema no es sentir estrés, sino quedarse atrapado en él. Cuando el estrés se vuelve permanente, deja de cumplir su función de alerta y se transforma en una carga que reduce la creatividad, la claridad mental y la autoestima.
Para explicar estas reacciones, el libro recurre al funcionamiento del cerebro primitivo. Esta parte antigua del cerebro está diseñada para reaccionar de forma rápida ante el peligro, sin análisis ni matices. Su lógica es simple: proteger al organismo.
Cuando el estrés se activa, el cerebro primitivo toma el control y reduce el acceso a las zonas vinculadas a la reflexión, la creatividad y la toma de decisiones conscientes. Por eso, bajo presión, decimos o hacemos cosas que luego no reconocemos como propias.
Comprender este mecanismo permite algo fundamental: dejar de culpabilizarse y empezar a responsabilizarse. No se trata de debilidad, sino de biología.
El estrés es una señal biológica y psicológica que indica que una situación supera, real o simbólicamente, los recursos actuales de la persona. No es un fallo, sino un indicador.
Semáforo del estrés:
Mayor comprensión del propio funcionamiento bajo presión y reducción de reacciones impulsivas.
Recuperar control personal, claridad mental y capacidad de respuesta consciente en situaciones laborales exigentes.
Comprender el estrés cambia la relación con uno mismo. Cuando dejamos de verlo como un enemigo y empezamos a leerlo como una señal, se abre un espacio de aprendizaje profundo. El estrés deja de ser una fuerza que empuja y se convierte en una brújula que orienta hacia una forma más consciente, humana y eficaz de estar en el trabajo.