“La eficacia sostenible nace del equilibrio, no del sacrificio permanente.” — Géraldine de Radigues
Después de identificar causas, patrones y contextos del estrés, la autora propone un aterrizaje concreto: estrategias prácticas para aliviar la tensión y sostener el equilibrio en el tiempo. Estas estrategias no buscan eliminar la presión —algo irreal en la vida profesional—, sino desarrollar una forma más consciente y respetuosa de gestionarla.
El foco está en recuperar energía, claridad y dignidad personal, entendiendo que el bienestar no es un lujo, sino una condición para la eficacia a largo plazo.
La autora utiliza una metáfora clara: el trabajador como deportista de alto nivel. Para rendir de forma sostenida, el cuerpo y la mente necesitan cuidados básicos que suelen descuidarse en contextos de presión.
Dormir de forma regular, alimentarse adecuadamente, moverse, descansar y cultivar vínculos afectivos no son actividades accesorias. Son fuentes de energía que permiten enfrentar los desafíos laborales con mayor estabilidad emocional y mental.
Un estilo de vida desequilibrado amplifica el estrés; uno cuidado lo amortigua.
La sobrecarga suele surgir cuando todo parece urgente e importante. La autora propone recuperar el sentido de prioridad como acto de responsabilidad personal.
Definir objetivos a corto, medio y largo plazo permite dar dirección a las acciones y reducir la sensación de caos. Organizar tareas, jerarquizarlas y fragmentarlas evita la saturación mental y devuelve una sensación de control realista.
Gestionar prioridades no es hacer más, sino hacer mejor.
El estrés se intensifica cuando la mente se vuelve rígida. Pensamientos absolutos como “siempre”, “nunca” o “todo depende de mí” reducen el margen de maniobra y aumentan la presión interna.
La autora invita a cultivar la flexibilidad: cuestionar juicios automáticos, relativizar situaciones y abrirse a nuevas perspectivas. La flexibilidad no es debilidad; es una forma de adaptabilidad que relaja tensiones y amplía posibilidades.
Uno de los grandes amplificadores del estrés es el aislamiento. Muchas personas creen que pedir ayuda es una señal de incapacidad, cuando en realidad es un gesto de lucidez.
Pedir información, apoyo o acompañamiento reduce la carga mental y fortalece los vínculos. Compartir dificultades permite salir del encierro interior y encontrar soluciones más justas y eficaces.
El estrés se vuelve más liviano cuando deja de cargarse en soledad.
La autora subraya la importancia de reconocerse y afirmarse. Valorar el propio esfuerzo, reconocer avances y respetar los propios límites fortalece la autoestima y reduce la dependencia del reconocimiento externo.
Autoafirmarse implica expresar necesidades, decir no cuando es necesario y ocupar el propio lugar con serenidad. Esta postura interior reduce la presión y genera relaciones laborales más claras y respetuosas.
Aliviar el estrés implica adoptar prácticas cotidianas que restauran energía, claridad y autoestima, permitiendo una relación más equilibrada con el trabajo.
Chequeo de equilibrio semanal: revisar energía física, carga mental, relaciones y sentido. Ajustar una acción por semana.
Reducción progresiva del estrés acumulado y mayor sensación de estabilidad.
Bienestar sostenible, mayor eficacia profesional y una relación más sana con el trabajo.
Aliviar el estrés no exige cambios radicales, sino decisiones coherentes y sostenidas. Cuando el cuidado personal se integra a la vida profesional, el estrés pierde intensidad y la persona recupera la capacidad de avanzar con energía, claridad y respeto por sí misma.